1.30.2014

CATEQUESIS SOBRE LOS SACRAMENTOS PAPA FRANCISCO

Queridos hermanos y hermanas ¡Buenos días!





            Hoy comenzamos una serie de Catequesis sobre los Sacramentos y la primera está relacionada con el Bautismo. Además, por una feliz coincidencia el próximo domingo celebraremos la fiesta del Bautismo del Señor.
El concepto de “sacramento” está en el centro de la fe cristiana y nos vincula a un evento de gracia, en el cual Dios se hace presente y actúa en nuestra vida. El Concilio Vaticano II, al inicio de la Constitución sobre la Iglesia, afirma: “la Iglesia es en Cristo como un sacramento, o sea signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano” (Lumen Gentium, 1). Esto significa entonces que los siete Sacramentos toman forma en la misma Iglesia, la cual, como sacramento universal, prolonga en la historia la acción salvífica y vivificadora de Cristo. Es Él el que, con la fuerza del Espíritu Santo, continuamente regenera a la comunidad cristiana y la envía al mundo a llevar a todos la salvación con palabras y con gestos, con la predicación y los Sacramentos.

1.         El Bautismo es el Sacramento sobre el que se funda nuestra misma fe y que nos inserta como miembros vivos en Cristo y en su Iglesia. Junto a la Eucaristía y la Confirmación forma la llamada “Iniciación cristiana”, que constituye un único gran evento sacramental que nos configura al Señor y hace de nosotros un signo vivo de su presencia y de su amor.
Pero puede nacer en nosotros una pregunta: ¿verdaderamente es necesario el Bautismo para vivir como cristianos y seguir a Jesús? ¿No es, en el fondo, un simple rito, un acto formal de la Iglesia para darle un nombre al niño o a la niña? Es una pregunta que se puede suscitar, ¿no? Por esto, es iluminador lo que escribe el apóstol Pablo: “¿No sabéis que los que fuimos bautizados en Cristo Jesús, hemos sido bautizados en su muerte? Por medio del bautismo, por tanto fuimos sepultados junto a Él en la muerte para que, como Cristo fue resucitado de los muerto por medio de la gloria del Padre, así nosotros podamos caminar hacia una vida nueva” (Rm 6,3-4). ¡Por tanto no es una formalidad! Es un acto que toca en profundidad nuestra existencia. No es lo mismo, un niño bautizado o un niño no bautizado: no es lo mismo. No es lo mismo una persona bautizada o una persona no bautizada. Nosotros, con el bautismo, somos sumergidos en la fuente inagotable de vida que es la muerte de Jesús, el más grande acto de amor de toda la historia, y gracias a este amor podemos vivir una vida nueva, nunca más a merced del mal, del pecado y de la muerte, sino en comunión con Dios y con los hermanos.

2.         Muchos de nosotros no tenemos el mínimo recuerdo de la celebración de este Sacramento, y es obvio, ya que muchos fuimos bautizados poco después de nacer. Ya he hecho esta pregunta dos o tres veces en esta plaza: ¿Quién de vosotros sabe la fecha de vuestro bautismo? Que levanten la mano. ¿Quién la sabe? Pocos, ¡eh! Pocos. Pero es importantes, es importante conocer cuál fue el día en el que fui sumergido, en la corriente de salvación de Jesús. Y me permito daros un consejo. Más que un consejo, un deber para hoy. Hoy, en casa, buscad, preguntad la fecha de vuestro bautismo y así sabréis bien cuál fue el día tan bello del bautismo. ¿Lo haréis? (La gente responde: sí). ¡Eh, sí! Porque es conocer una fecha feliz, la de nuestro bautizo. El riesgo de no saberlo es el de perder el recuerdo de lo que el Señor ha hecho en nosotros, la memoria del don que hemos recibido. Entonces terminamos por considerarlo solo como algo que sucedió en el pasado, y ni siquiera por nuestra voluntad, sino por la de nuestro padres, por lo que no tendría ninguna incidencia en el presente. Debemos despertar el recuerdo de nuestro Bautismo: despertar el recuerdo del Bautismo. Estamos llamados a vivir nuestro Bautismo todos los días, como una realidad actual en nuestra existencia. Si conseguimos seguir a Jesús y permanecer en la Iglesia, incluso con nuestros límites, nuestras debilidades y nuestros pecados, es por el Sacramento en el que nos convertimos en criaturas nuevas y somos revestidos de Cristo. Es por la fuerza del Bautismo, de hecho, que, liberados del pecado original, se nos inserta en la relación de Jesús con Dios Padre, que somos portadores de una esperanza nueva porque el Bautismo nos da esta esperanza nueva: la esperanza de ir por el camino de la salvación, toda la vida. Y esta esperanza que nada ni nadie puede apagar, porque la esperanza no defrauda. Recordadlo: es verdad, esto. La esperanza en el Señor no defrauda nunca. Gracias al Bautismo somos capaces de perdonar y de amar también a quien nos ofende y nos hace daño; que podamos reconocer en los últimos y en los pobres el rostro del Señor que nos visita y se nos hace cercano. Y esto, el Bautismo, nos ayuda a reconocer en el rostro de las personas necesitadas, en los que sufren, también de nuestro prójimo, el rostro de Jesús. Es gracias a esta fuerza del Bautismo.

3.  Y un último elemento, que es importante. Y hago la pregunta: ¿una persona puede bautizarse por sí misma? [La gente responde: ¡no!] No oigo: [La gente grita más fuerte: ¡no!] ¿Estáis seguros? [La gente responde: ¡Sí!] No se puede bautizar: nadie puede bautizarse a sí mismo. Nadie. Podemos pedirlo, desearlo, pero necesitamos siempre de alguien que nos confiera este Sacramento en el nombre del Señor. Porque el bautismo es un don que viene concedido en un contexto de solicitud y compartición fraterna. Siempre en la Historia, uno bautiza al otro, al otro, al otro… es una cadena. Una cadena de gracia. Pero, yo no me puedo bautizar solo: tengo que pedir a otro el Bautismo. Es un acto de fraternidad, un acto de filiación en la Iglesia. En su celebración del Bautismo podemos reconocer los rasgos más genuinos de la Iglesia, la cual como una madre continua engendrando nuevos hijos en Cristo, en la fecundidad del Espíritu Santo.

Pidamos por tanto de corazón al Señor poder experimentar cada vez más, en la vida de cada día, esta gracia que hemos recibido con el Bautismo. Al encontrarnos, que nuestros hermanos puedan encontrar verdaderos hijos de Dios, verdaderos hermanos y hermanas en Jesucristo, verdaderos miembros de la Iglesia. Y no olvidéis la tarea de hoy, ¿eh?, que era: buscar, preguntar la fecha de mi Bautismo. Y como se la fecha de mi nacimiento, saber también la fecha de mi Bautismo, porque es un día de fiesta. Gracias.www.vatican.va

1.27.2014

EXHORTACION APOSTOLICA EVANGELII GAUDIUM.

www.corazones.org
EVANGELII GAUDIUM



2. El gran riesgo del mundo actual, con su múltiple y abrumadora oferta de consumo, es una tristeza individualista que brota del corazón cómodo y avaro, de la búsqueda enfermiza de placeres superficiales, de la conciencia aislada. Cuando la vida interior se clausura en los propios intereses, ya no hay espacio para los demás, ya no entran los pobres, ya no se escucha la voz de Dios, ya no se goza la dulce alegría de su amor, ya no palpita el entusiasmo por hacer el bien. Los creyentes también corren ese riesgo, cierto y permanente. Muchos caen en él y se convierten en seres resentidos, quejosos, sin vida. Ésa no es la opción de una vida digna y plena, ése no es el deseo de Dios para nosotros, ésa no es la vida en el Espíritu que brota del corazón de Cristo resucitado.
3. Invito a cada cristiano, en cualquier lugar y situación en que se encuentre, a renovar ahora mismo su encuentro personal con Jesucristo o, al menos, a tomar la decisión de dejarse encontrar por Él, de intentarlo cada día sin descanso. No hay razón para que alguien piense que esta invitación no es para él, porque «nadie queda excluido de la alegría reportada por el Señor»[1]. Al que arriesga, el Señor no lo defrauda, y cuando alguien da un pequeño paso hacia Jesús, descubre que Él ya esperaba su llegada con los brazos abiertos. Éste es el momento para decirle a Jesucristo: «Señor, me he dejado engañar, de mil maneras escapé de tu amor, pero aquí estoy otra vez para renovar mi alianza contigo. Te necesito. Rescátame de nuevo, Señor, acéptame una vez más entre tus brazos redentores». ¡Nos hace tanto bien volver a Él cuando nos hemos perdido! Insisto una vez más: Dios no se cansa nunca de perdonar, somos nosotros los que nos cansamos de acudir a su misericordia. Aquel que nos invitó a perdonar «setenta veces siete» (Mt 18,22) nos da ejemplo: Él perdona setenta veces siete. Nos vuelve a cargar sobre sus hombros una y otra vez. Nadie podrá quitarnos la dignidad que nos otorga este amor infinito e inquebrantable. Él nos permite levantar la cabeza y volver a empezar, con una ternura que nunca nos desilusiona y que siempre puede devolvernos la alegría. No huyamos de la resurrección de Jesús, nunca nos declaremos muertos, pase lo que pase. ¡Que nada pueda más que su vida que nos lanza hacia adelante!
4. Los libros del Antiguo Testamento habían preanunciado la alegría de la salvación, que se volvería desbordante en los tiempos mesiánicos. El profeta Isaías se dirige al Mesías esperado saludándolo con regocijo: «Tú multiplicaste la alegría, acrecentaste el gozo» (9,2). Y anima a los habitantes de Sión a recibirlo entre cantos: «¡Dad gritos de gozo y de júbilo!» (12,6). A quien ya lo ha visto en el horizonte, el profeta lo invita a convertirse en mensajero para los demás: «Súbete a un alto monte, alegre mensajero para Sión; clama con voz poderosa, alegre mensajero para Jerusalén» (40,9). La creación entera participa de esta alegría de la salvación: «¡Aclamad, cielos, y exulta, tierra! ¡Prorrumpid, montes, en cantos de alegría! Porque el Señor ha consolado a su pueblo, y de sus pobres se ha compadecido» (49,13).
Zacarías, viendo el día del Señor, invita a dar vítores al Rey que llega «pobre y montado en un borrico»: «¡Exulta sin freno, Sión, grita de alegría, Jerusalén, que viene a ti tu Rey, justo y victorioso!» (9,9).
Pero quizás la invitación más contagiosa sea la del profeta Sofonías, quien nos muestra al mismo Dios como un centro luminoso de fiesta y de alegría que quiere comunicar a su pueblo ese gozo salvífico. Me llena de vida releer este texto: «Tu Dios está en medio de ti, poderoso salvador. Él exulta de gozo por ti, te renueva con su amor, y baila por ti con gritos de júbilo» (3,17).
Es la alegría que se vive en medio de las pequeñas cosas de la vida cotidiana, como respuesta a la afectuosa invitación de nuestro Padre Dios: «Hijo, en la medida de tus posibilidades trátate bien […] No te prives de pasar un buen día» (Si 14,11.14). ¡Cuánta ternura paterna se intuye detrás de estas palabras!
5. El Evangelio, donde deslumbra gloriosa la Cruz de Cristo, invita insistentemente a la alegría. Bastan algunos ejemplos: «Alégrate» es el saludo del ángel a María (Lc 1,28). La visita de María a Isabel hace que Juan salte de alegría en el seno de su madre (cf. Lc 1,41). En su canto María proclama: «Mi espíritu se estremece de alegría en Dios, mi salvador» (Lc 1,47). Cuando Jesús comienza su ministerio, Juan exclama: «Ésta es mi alegría, que ha llegado a su plenitud» (Jn 3,29). Jesús mismo «se llenó de alegría en el Espíritu Santo» (Lc 10,21). Su mensaje es fuente de gozo: «Os he dicho estas cosas para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría sea plena» (Jn15,11). Nuestra alegría cristiana bebe de la fuente de su corazón rebosante. Él promete a los discípulos: «Estaréis tristes, pero vuestra tristeza se convertirá en alegría» (Jn 16,20). E insiste: «Volveré a veros y se alegrará vuestro corazón, y nadie os podrá quitar vuestra alegría» (Jn 16,22). Después ellos, al verlo resucitado, «se alegraron» (Jn20,20). El libro de los Hechos de los Apóstoles cuenta que en la primera comunidad «tomaban el alimento con alegría» (2,46). Por donde los discípulos pasaban, había «una gran alegría» (8,8), y ellos, en medio de la persecución, «se llenaban de gozo» (13,52). Un eunuco, apenas bautizado, «siguió gozoso su camino» (8,39), y el carcelero «se alegró con toda su familia por haber creído en Dios» (16,34). ¿Por qué no entrar también nosotros en ese río de alegría?
6. Hay cristianos cuya opción parece ser la de una Cuaresma sin Pascua. Pero reconozco que la alegría no se vive del mismo modo en todas las etapas y circunstancias de la vida, a veces muy duras. Se adapta y se transforma, y siempre permanece al menos como un brote de luz que nace de la certeza personal de ser infinitamente amado, más allá de todo. Comprendo a las personas que tienden a la tristeza por las graves dificultades que tienen que sufrir, pero poco a poco hay que permitir que la alegría de la fe comience a despertarse, como una secreta pero firme confianza, aun en medio de las peores angustias: «Me encuentro lejos de la paz, he olvidado la dicha […] Pero algo traigo a la memoria, algo que me hace esperar. Que el amor del Señor no se ha acabado, no se ha agotado su ternura. Mañana tras mañana se renuevan. ¡Grande es su fidelidad! […] Bueno es esperar en silencio la salvación del Señor» (Lm 3,17.21-23.26).
7. La tentación aparece frecuentemente bajo forma de excusas y reclamos, como si debieran darse innumerables condiciones para que sea posible la alegría. Esto suele suceder porque «la sociedad tecnológica ha logrado multiplicar las ocasiones de placer, pero encuentra muy difícil engendrar la alegría»[2]. Puedo decir que los gozos más bellos y espontáneos que he visto en mis años de vida son los de personas muy pobres que tienen poco a qué aferrarse. También recuerdo la genuina alegría de aquellos que, aun en medio de grandes compromisos profesionales, han sabido conservar un corazón creyente, desprendido y sencillo. De maneras variadas, esas alegrías beben en la fuente del amor siempre más grande de Dios que se nos manifestó en Jesucristo. No me cansaré de repetir aquellas palabras de Benedicto XVI que nos llevan al centro del Evangelio: «No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva»[3].

1.26.2014

48a. JORNADA MUNDIAL DE LAS COMUNICACIONES SOCIALES

MENSAJE DEL SANTO PADRE FRANCISCO
"La Comunicación al Servicio de una Auténtica Cultura del Encuentro"

Hoy vivimos en un mundo que se va


haciendo cada vez más «pequeño»; por lo tanto, parece que debería ser más fácil estar cerca los unos de los otros. El desarrollo de los transportes y de las tecnologías de la comunicación nos acerca, conectándonos mejor, y la globalización nos hace interdependientes. Sin embargo, en la humanidad aún quedan divisiones, a veces muy marcadas. A nivel global vemos la escandalosa distancia entre el lujo de los más ricos y la miseria de los más pobres. A menudo basta caminar por una ciudad para ver el contraste entre la gente que vive en las aceras y la luz resplandeciente de las tiendas.
Nos hemos acostumbrado tanto a ello que ya no nos llama la atención. El mundo sufre numerosas formas de exclusión, marginación y pobreza; así como de conflictos en los que se mezclan causas económicas, políticas, ideológicas y también, desgraciadamente, religiosas.
En este mundo, los medios de comunicación pueden ayudar a que nos sintamos más cercanos los unos de los otros, a que percibamos un renovado sentido de unidad de la familia humana que nos impulse a la solidaridad y al compromiso serio por una vida más digna para todos. Comunicar bien nos ayuda a conocernos mejor entre nosotros, a estar más unidos. Los muros que nos dividen solamente se pueden superar si estamos dispuestos a escuchar y a aprender los unos de los otros. Necesitamos resolver las diferencias mediante formas de diálogo que nos permitan crecer en la comprensión y el respeto.
La cultura del encuentro requiere que estemos dispuestos no sólo a dar, sino también a recibir de los otros. Los medios de comunicación pueden ayudarnos en esta tarea, especialmente hoy, cuando las redes de la comunicación humana han alcanzado niveles de desarrollo inauditos. En particular, Internet puede ofrecer mayores posibilidades de encuentro y de solidaridad entre todos; y esto es algo bueno, es un don de Dios.
Sin embargo, también existen aspectos problemáticos: la velocidad con la que se suceden las informaciones supera nuestra capacidad de reflexión y de juicio, y no permite una expresión mesurada y correcta de uno mismo. La variedad de las opiniones expresadas puede ser percibida como una riqueza, pero también es posible encerrarse en una esfera hecha de informaciones que sólo correspondan a nuestras expectativas e ideas, o incluso a determinados intereses políticos y económicos.
El mundo de la comunicación puede ayudarnos a crecer o, por el contrario, a desorientarnos. El deseo de conexión digital puede terminar por aislarnos de nuestro prójimo, de las personas que tenemos al lado. Sin olvidar que quienes no acceden a estos medios de comunicación social –por tantos motivos-, corren el riesgo de quedar excluidos.
Estos límites son reales, pero no justifican un rechazo de los medios de comunicación social; más bien nos recuerdan que la comunicación es, en definitiva, una conquista más humana que tecnológica. Entonces, ¿qué es lo que nos ayuda a crecer en humanidad y en comprensión recíproca en el mundo digital? Por ejemplo, tenemos que recuperar un cierto sentido de lentitud y de calma. Esto requiere tiempo y capacidad de guardar silencio para escuchar.
Necesitamos ser pacientes si queremos entender a quien es distinto de nosotros: la persona se expresa con plenitud no cuando se ve simplemente tolerada, sino cuando percibe que es verdaderamente acogida. Si tenemos el genuino deseo de escuchar a los otros, entonces aprenderemos a mirar el mundo con ojos distintos y a apreciar la experiencia humana tal y como se manifiesta en las distintas culturas y tradiciones. Pero también sabremos apreciar mejor los grandes valores inspirados desde el cristianismo, por ejemplo, la visión del hombre como persona, el matrimonio y la familia, la distinción entre la esfera religiosa y la esfera política, los principios de solidaridad y subsidiaridad, entre otros.
Entonces, ¿cómo se puede poner la comunicación al servicio de una auténtica cultura del encuentro? Para nosotros, discípulos del Señor, ¿qué significa encontrar una persona según el Evangelio? ¿Es posible, aun a pesar de nuestros límites y pecados, estar verdaderamente cerca los unos de los otros? Estas preguntas se resumen en la que un escriba, es decir un comunicador, le dirigió un día a Jesús: «¿Quién es mi prójimo?» (Lc. 10,29).
La pregunta nos ayuda a entender la comunicación en términos de proximidad. Podríamos traducirla así: ¿cómo se manifiesta la «proximidad» en el uso de los medios de comunicación y en el nuevo ambiente creado por la tecnología digital? Descubro una respuesta en la parábola del buen samaritano, que es también una parábola del comunicador. En efecto, quien comunica se hace prójimo, cercano. El buen samaritano no sólo se acerca, sino que se hace cargo del hombre medio muerto que encuentra al borde del camino. Jesús invierte la perspectiva: no se trata de reconocer al otro como mi semejante, sino de ser capaz de hacerme semejante al otro. Comunicar significa, por tanto, tomar conciencia de que somos humanos, hijos de Dios. Me gusta definir este poder de la comunicación como «proximidad».
Cuando la comunicación tiene como objetivo preponderante inducir al consumo o a la manipulación de las personas, nos encontramos ante una agresión violenta como la que sufrió el hombre apaleado por los bandidos y abandonado al borde del camino, como leemos en la parábola. El levita y el sacerdote no ven en él a su prójimo, sino a un extraño de quien es mejor alejarse. En aquel tiempo, lo que les condicionaba eran las leyes de la purificación ritual. Hoy corremos el riesgo de que algunos medios nos condicionen hasta el punto de hacernos ignorar a nuestro prójimo real.
No basta pasar por las «calles» digitales, es decir simplemente estar conectados: es necesario que la conexión vaya acompañada de un verdadero encuentro. No podemos vivir solos, encerrados en nosotros mismos. Necesitamos amar y ser amados. Necesitamos ternura. Las estrategias comunicativas no garantizan la belleza, la bondad y la verdad de la comunicación. El mundo de los medios de comunicación no puede ser ajeno de la preocupación por la humanidad, sino que está llamado a expresar también ternura. La red digital puede ser un lugar rico en humanidad: no una red de cables, sino de personas humanas. La neutralidad de los medios de comunicación es aparente: sólo quien comunica poniéndose en juego a sí mismo puede representar un punto de referencia. El compromiso personal es la raíz misma de la fiabilidad de un comunicador. Precisamente por eso el testimonio cristiano, gracias a la red, puede alcanzar las periferias existenciales.
Lo repito a menudo: entre una Iglesia accidentada por salir a la calle y una Iglesia enferma de autoreferencialidad, prefiero sin duda la primera. Y las calles del mundo son el lugar donde la gente vive, donde es accesible efectiva y afectivamente. Entre estas calles también se encuentran las digitales, pobladas de humanidad, a menudo herida: hombres y mujeres que buscan una salvación o una esperanza. Gracias también a las redes, el mensaje cristiano puede viajar «hasta los confines de la tierra» (Hch. 1,8). Abrir las puertas de las iglesias significa abrirlas asimismo en el mundo digital, tanto para que la gente entre, en cualquier condición de vida en la que se encuentre, como para que el Evangelio pueda cruzar el umbral del templo y salir al encuentro de todos. Estamos llamados a dar testimonio de una Iglesia que sea la casa de todos. ¿Somos capaces de comunicar este rostro de la Iglesia? La comunicación contribuye a dar forma a la vocación misionera de toda la Iglesia; y las redes sociales son hoy uno de los lugares donde vivir esta vocación redescubriendo la belleza de la fe, la belleza del encuentro con Cristo. También en el contexto de la comunicación sirve una Iglesia que logre llevar calor y encender los corazones.
No se ofrece un testimonio cristiano bombardeando mensajes religiosos, sino con la voluntad de donarse a los demás «a través de la disponibilidad para responder pacientemente y con respeto a sus preguntas y sus dudas en el camino de búsqueda de la verdad y del sentido de la existencia humana» (BENEDICTO XVI, Mensaje para la XLVII Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales, 2013).
Pensemos en el episodio de los discípulos de Emaús. Es necesario saber entrar en diálogo con los hombres y las mujeres de hoy para entender sus expectativas, sus dudas, sus esperanzas, y poder ofrecerles el Evangelio, es decir Jesucristo, Dios hecho hombre, muerto y resucitado para liberarnos del pecado y de la muerte. Este desafío requiere profundidad, atención a la vida, sensibilidad espiritual. Dialogar significa estar convencidos de que el otro tiene algo bueno que decir, acoger su punto de vista, sus propuestas. Dialogar no significa renunciar a las propias ideas y tradiciones, sino a la pretensión de que sean únicas y absolutas.
Que la imagen del buen samaritano que venda las heridas del hombre apaleado, versando sobre ellas aceite y vino, nos sirva como guía. Que nuestra comunicación sea aceite perfumado para el dolor y vino bueno para la alegría. Que nuestra luminosidad no provenga de trucos o efectos especiales, sino de acercarnos, con amor y con ternura, a quien encontramos herido en el camino. No tengan miedo de hacerse ciudadanos del mundo digital.
El interés y la presencia de la Iglesia en el mundo de la comunicación son importantes para dialogar con el hombre de hoy y llevarlo al encuentro con Cristo: una Iglesia que acompaña en el camino sabe ponerse en camino con todos. En este contexto, la revolución de los medios de comunicación y de la información constituye un desafío grande y apasionante que requiere energías renovadas y una imaginación nueva para transmitir a los demás la belleza de Dios.
Vaticano, 24 de enero de 2014, memoria de san Francisco de Sales.






1.25.2014

VALORES Y VIRTUDES

Cuando el odio quiso matar el Amor

En los pequeños detalles es donde se libra la batalla del odio contra el amor.
 
Autor: Llucià Pou i Sabaté | Fuente: Catholic.net

Escuché una vez este relato: Cuentan que en la historia del mundo hubo un día terrible en el que el Odio, que es el rey de los malos sentimientos, los defectos y las malas virtudes, convocó a una reunión urgente con todos los sentimientos más oscuros del mundo y los deseos más perversos del corazón humano. Estos llegaron a la reunión con curiosidad de saber cuál era el propósito. Cuando estuvieron todos habló el Odio y dijo: "Os he reunido aquí a todos porque deseo con todas mis fuerzas matar a alguien". Los asistentes no se extrañaron mucho pues era el Odio que estaba hablando y él siempre quiere matar a alguien, sin embargo, todos se preguntaban entre sí quién sería tan difícil de matar para que el Odio los necesitara a todos. "Quiero que matéis al Amor", dijo. Muchos sonrieron malévolamente pues más de uno quería destruirlo.
El primer voluntario fue el Mal Carácter, quien dijo: "Yo iré, y les aseguro que en un año el Amor habrá muerto; provocaré tal discordia y rabia que no lo soportará".

Al cabo de un año se reunieron otra vez y al escuchar el informedel Mal Carácter quedaron decepcionados. "Lo siento, lo intenté todo pero cada vez que yo sembraba una discordia, el Amor la superaba y salía adelante".

Fue entonces cuando, muy diligente, se ofreció la Ambición que haciendo alarde de su poder dijo: "En vista de que el Mal Carácter fracasó, iré yo. Desviaré la atención del Amor hacia el deseo por la riqueza y por el poder. Eso nunca lo
ignorará". Y empezó la Ambición el ataque hacia su víctima quien efectivamente cayó herida y la adoró en sus ídolos, que son una tentación constante, y una causa frecuente del alejamiento del amor verdadero. Muchos ídolos se levantan muy bien construidos y refinados que se presentan bajo capa de "progreso" o que proporcionan más material bienestar, más placer, más comodidad...: su dios es el vientre, y su gloria la propia vergüenza, pues ponen su corazón en las cosas terrenas, como dice San Pablo en su Carta a los Filipenses, y es aplicable a la idolatría moderna, a la que se ven tentados tantos, olvidando el tesoro auténtico, la riqueza del amor. Pero, después de luchar por salir adelante, el Amor renunció a todo deseo desbordado de poder y triunfó de nuevo.

Furioso el Odio por el fracaso de la Ambición envió a los Celos, quienes burlones y perversos inventaban toda clase de artimañas y situaciones para despistar el amor y lastimarlo con dudas y sospechas infundadas. Pero el Amor confundido lloró y pensó que no quería morir, y con valentía y fortaleza se impuso sobre ellos, y los venció.
Año tras año, el Odio siguió en su lucha enviando a sus más hirientes compañeros, envió a la Frialdad, al Egoísmo, la Indiferencia, la Pobreza, la Enfermedad y a muchos otros que fracasaron siempre, porque cuando el Amor se sentía desfallecer tomaba de nuevo fuerza y todo lo superaba. Cuando venían las Desgracias parecía sucumbir, pues como decía Claudio de Colombiere los golpes imprevistos no permiten muchas veces que uno aproveche de ellos, a causa del abatimiento y turbación que levantan en el alma; mas con un poquito de paciencia, se ve como Dios dispone a recibir gracias muy grandes precisamente por aquel medio. Sin tales percances tal vez no habría sido el amor del todo malo, pero tampoco del todo bueno.

El Odio, convencido de que el Amor era invencible, les dijo a los demás: "No podemos hacer nada más... El Amor ha soportado todo, llevamos muchos años insistiendo y no lo logramos".

De pronto, de un rincón del salón se levantó alguien poco reconocido, que vestía todo de negro y con un sombrero gigante que caía sobre su rostro y no lo dejaba ver, su aspecto era fúnebre como el de la muerte. "Yo mataré el Amor", dijo con seguridad. Todos se preguntaron quién era ese que pretendía hacer solo, lo que ninguno había podido. El Odio dijo: "Ve y hazlo".

Tan sólo había pasado algún tiempo cuando el Odio volvió a llamar a todos los malos sentimientos para comunicarles después que, de mucho esperar, por fin el Amor había muerto. Todos estaban felices, pero sorprendidos. Entonces el sentimiento del sombrero negro habló: "Ahí os entrego el Amor totalmente muerto y destrozado", y sin decir más ya se iba. "Espera", dijo el Odio, "en tan poco tiempo lo eliminaste por completo, lo desesperaste y no hizo el menor esfuerzo para vivir. ¿Quién eres?".

El sentimiento levantó por primera vez su horrible rostro y dijo: "soy La Rutina."

La rutina es ausencia de amor, monotonía, y "la monotonía es falta de energía" (dice la cantante Laura Pausini), significa que está ya muerto el amor. El amor es un fuego al que hay que echar cada día cosas nuevas: "Los pequeños actos de cortesía endulzan la vida, los grandes la ennoblecen" (Karina Valenzuela). En la batalla del amor frente al odio, hay que cuidar las cosas pequeñas que son -en frase de la Escritura- las que si faltan dejan paso a las pequeñas raposas que destrozan el campo de ese amor. La dejadez, el abandono de los detalles, produce el desmoronarse de todo el amor: "Será que la rutina ha sido más fuerte" (canta el grupo "Ella baila sola").
En los pequeños detalles es donde se libra la batalla del odio contra el amor: el amor alienta, el odio abate; y tomo de Mauricio Fornos algunos de los campos en los que se libra esta batalla: el amor sonríe, el odio gruñe; el amor atrae, el odio rechaza; el amor confía, el odio sospecha; el amor enternece, el odio enardece; el amor canta, el odio espanta; el amor tranquiliza, el odio altera; el amor guarda silencio, el odio vocifera; el amor edifica, el odio destruye; el amor siembra, el odio arranca; el amor espera, el odio desespera; el amor consuela, el odio exaspera; el amor suaviza, el odio irrita; el amor aclara, el odio confunde; el amor perdona, el odio intriga; el amor vivifica, el odio mata; el amor es dulce; el odio es amargo; el amor es pacífico; el odio es explosivo; el amor es veraz, el odio es mentiroso; el amor es luminoso, el odio es tenebroso; el amor es humilde, el odio es altanero; el amor es sumiso, el odio es jactancioso; el amor es manso, el odio es belicoso; el amor es espiritual, el odio es carnal. El amor es sublime, el odio es triste.















1.23.2014

REUNIÓN GENERAL DE COMUNIDADES SINE MONTERREY CASANARE


En cada Parroquia de nuestra Diócesis estamos llevando a cabo por estos días de enero las primeras reuniones con las Comunidades SINE  y Grupos Apostólicos, en busca de la renovación de lo hasta ahora caminado en el Camino, la Verdad y la Vida que Jesucristo nos ha llamado a vivir y sentir como nuestro; de personas que nos hallamos aquí en esta vida que él nos dio, pero que nuestra meta está en su promesa: Me voy a prepararles una estancia y cuando esté vendré y los llevaré, pues donde yo esté allí quiero que estén ustedes....




            PERMANECER Y PERSEVERAR  es la INVITACIÓN.
Insertados en Jesús, debemos permanecer en él.
Recibido el Espíritu Santo, necesitamos permanecer llenos del E. S., una y otra vez.
Promoviendo los MEDIOS DE CRECIMIENTO  perseverando asiduamente, como DISCÍPULOS Y APÓSTOLES:
* En la Comunión Fraterna
* En la Doctrina de los Apóstoles
* En la ORACIÓN
* En la PALABRA 
* En la Fracción del Pan. (EUCARISTÍA)
* Cargando cada día la CRUZ en el seguimiento del Señor
* Para ser Testigos y cumplir la misión Evangelizadora

BENDICIONES A TODOS Y ÉXITOS EN TODAS LAS LABORES EN PRO DEL REINO DE DIOS Y LA SANTIFICACIÓN DEL SER HUMANO

1.19.2014

DOMINGO II TIEMPO ORDINARIO. EVANGELIO Y MEDITACIÓN

Juan 1, 29-34


En aquel tiempo, al ver Juan a Jesús venir hacia él exclamó: «He ahí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Este es por quien yo dije: Detrás de mí viene un hombre, que se ha puesto delante de mí, porque existía antes que yo. Y yo no le conocía, pero he venido a bautizar en agua para que él sea manifestado a Israel». Y Juan dio testimonio diciendo: «He visto al Espíritu que bajaba como una paloma del cielo y se quedaba sobre él. Y yo no le conocía pero el que me envió a bautizar con agua, me dijo: "Aquel sobre quien veas que baja el Espíritu y se queda sobre Él, ése es el que bautiza con Espíritu Santo." Y yo le he visto y doy testimonio de que éste es el Elegido de Dios».

ORACIÓN

Ayúdame, Señor, a crecer hoy en el amor y en la fe en Ti. Te ofrezco esta oración con la absoluta confianza en que tu providencia infinita la hará agradable a los ojos de Dios.


PETICIÓN

Jesús, no dejes que nada me distraiga y que no convierta mi oración en un monologo egoísta.

REFLEXIÓN PAPA FRANCISCO

El amor de Dios es más fuerte que la muerte, que el perdón de Dios es más fuerte que todo pecado, y que vale la pena emplear la propia vida, hasta el final, para dar testimonio de este gran regalo.
La fe cristiana cree esto: que Jesús es el Hijo de Dios que vino a dar su vida para abrir a todos el camino del amor. Por lo tanto tiene razón, querido doctor Scalfari , cuando ve en la encarnación del Hijo de Dios la piedra angular de la fe cristiana. Tertuliano escribía: "caro cardo salutis", la carne (de Cristo) es la base de la salvación. Porque la encarnación, es decir, el hecho de que el Hijo de Dios haya venido en nuestra carne y haya compartido alegrías y tristezas, triunfos y derrotas de nuestra existencia, hasta el grito de la cruz, experimentando todo en el amor y en la fidelidad al Abbà, testimonia el increíble amor que Dios tiene respecto a cada hombre, el valor inestimable que le reconoce.
Cada uno de nosotros, por lo tanto, está llamado a hacer suya la mirada y la elección del amor de Jesús, para entrar en su manera de ser, de pensar y de actuar. (S.S. Francisco, carta del papa al director del diario "La Repubblica", 11 de septiembre de 2013).

MEDITACIÓN

"Es tan manso como un cordero", solemos decir con cierta frecuencia. Y, en efecto, el cordero es como el símbolo de la mansedumbre, de la bondad y de la paz. Es un animalito inocuo y totalmente indefenso; más aún, cuando es todavía pequeño, nos despierta sentimientos de viva simpatía por su candor e inocencia.

Pues Jesucristo nuestro Señor no rehusó adjudicarse a sí mismo el título de "Cordero de Dios". Es verdad que fue Juan Bautista el que se lo aplicó, pero Jesús no lo rechaza. Es más, lo acepta de buen grado.

Fue el Papa san Sergio I quien introdujo el "Agnus Dei" en el rito de la Misa, justo antes de la Comunión. Y, desde entonces, todos los fieles cristianos recordamos diariamente aquellas palabras del Bautista: "He ahí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo".

Desde los primerísimos siglos de la Iglesia, la imagen del cordero ha sido un símbolo tradicional en la iconografía y en la liturgia católica. Con frecuencia lo vemos grabado o pintado en los lugares y objetos de culto, bordado en los ornamentos sagrados o esculpido en el arte sacro. Pronto esta figura, junto con la del pez, fue un signo común entre los cristianos. Y, para comprenderlo mejor, tratemos de ver brevemente la rica simbología bíblica que está detrás.

El profeta Jeremías, perseguido por sus enemigos por predicar en el nombre de Dios, se compara a sí mismo como "a un cordero llevado al matadero" (Jer 11, 19). Poco más tarde, el profeta Isaías retoma esta misma imagen en el famoso cuarto canto del Siervo de Yahvé, que debe morir por los pecados del mundo y que no abre la boca para protestar, a pesar de todas las injurias e injusticias que se cometen contra él, manso e indefenso como un "cordero llevado al matadero" (Is 53, 7). En el libro de los Hechos de los Apóstoles se narra que el eunuco de Etiopía iba leyendo este texto en su carroza y que el apóstol Felipe le explicó quién era ese Siervo doliente de Yahvé descrito por el profeta: Jesús, nuestro Mesías, que nos redimió con los dolores y quebrantos de su pasión.

Pero, además, el tema del cordero se remonta hasta la época de Moisés y a la liberación de Israel de manos del faraón. El libro del Éxodo nos narra que, cuando Dios decidió liberar a su pueblo de la esclavitud de Egipto, ordenó que cada familia sacrificase un cordero sin defecto, macho, de un año, que lo comiesen por la noche y que con su sangre untaran las jambas de las puertas en donde se encontraban. Con este gesto fueron salvados todos los israelitas de la plaga exterminadora que asoló aquella noche al país de Egipto, matando a todos sus primogénitos (Ex 12, 1-14). Unos días más tarde, en el monte Sinaí, Dios consumía su alianza con Israel sellando su pacto con la sangre del cordero pascual (Ex 24, 1-11). Es entonces cuando Israel queda convertido en el pueblo de la alianza, de la propiedad de Dios, en pueblo sacerdotal, elegido y consagrado a Dios con un vínculo del todo singular (Ex 19, 5-6).

En el Nuevo Testamento, la tradición cristiana ha visto en el cordero, con toda razón, la imagen de Cristo mismo. San Pablo, escribiendo a los fieles de Corinto, les dice que les transmite una tradición que él, a su vez, ha recibido y procede de manos del Señor: "Que el Señor Jesús, en la noche que iban a entregarlo, tomó pan y, pronunciando la acción de gracias, lo partió y dijo: -Esto es mi Cuerpo, que se entrega por vosotros. Haced esto en memoria mía-. Y lo mismo hizo con el cáliz, después de cenar, diciendo: -Este cáliz es la nueva alianza sellada con mi sangre; haced esto cada vez que lo bebáis, en memoria mía-. Por eso, cada vez que coméis de este pan y bebéis del cáliz, proclamáis la muerte del Señor hasta que vuelva" (I Cor 11, 23-26).

Cristo, "nuestro Cordero pascual, ha sido inmolado", decía Pablo a la comunidad de Corinto (I Cor 5, 7). Y Pedro, en su primera epístola, invitaba a los fieles a recordar que "habían sido rescatados de su vano vivir no con oro o plata, que son bienes corruptibles, sino con la sangre preciosa de Cristo, Cordero sin defecto ni mancha" (I Pe 1, 18-19).

Y también en el libro del Apocalipsis encontraremos esta imagen en diversos momentos. Aparece con tonos solemnes y dramáticos un cordero, como degollado, rodeado de los cuatro vivientes y de los veinticuatro ancianos, y es el único capaz de presentarse ante el trono de la Majestad de Dios y abrir los sellos del libro sagrado. Entonces todos los ancianos y miles y miles de la corte celestial se postran delante del cordero para tributarle honor, gloria y adoración por los siglos (Ap 5, 2-9.13).

Y al final del Apocalipsis -que es también la conclusión de toda la Biblia- se nos presentan, en todo su espendor y belleza, las bodas místicas del Cordero con su Iglesia, que aparece toda hermosa y ricamente ataviada, como una novia que se engalana para su esposo (Ap 19, 6-9; 21, 9).

A esta luz, el símbolo del cordero se nos ha llenado de sentido y de una riqueza teológica y espiritual fuera de serie. Ese cordero pascual es Jesucristo mismo. Es el verdadero cordero que quita el pecado del mundo, el Cordero pascual de nuestra redención, que se inmoló como sacrificio perfecto en su Sangre e instituyó como sacramento la noche del Jueves Santo. Así, su Iglesia puede celebrar todos los días, en la Santa Misa y en los demás sacramentos, el memorial de la pasión, muerte y gloriosa resurrección del Señor, para prolongar su presencia entre nosotros y su acción salvadora hasta el final de los tiempos.

Gracias a esto, hoy todos los católicos del mundo repetimos diariamente en el santo sacrificio eucarístico esas mismas palabras, por labios del sacerdote: "Éste es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. ¡Dichosos los invitados al banquete del Señor!".
catholic.net

1.18.2014

VOCACIÓN DE LEVI O MATEO

VOCACIÓN DE MATEO
REFLEXIÓN
La predicación de Jesús está en armonía con su vida de cada día.

Anunciar el evangelio es tan cotidiano, sencillo y trascendente como caminar por las orillas del lado de Galilea, y la proclamación del evangelio es algo tan sencillo y fascinante como hablarle a la gente. Pero su hablar es un hablar de los misterios del reino, de la paternidad de Dios, de su amor sin límites, de su misericordia sin igual. Y la predicación de Jesús se encamina a la creación de una comunidad en torno suyo.

Jesús es el centro de la vida de la iglesia, así como el Padre es el centro de la vida de Jesús y a esa comunidad de amor eterno somos invitados los que seguimos a Jesús. Seguir a Jesús significa dejar atrás todo aquello que nos ata al mundo, para comenzar una vida de atadura a Dios.

Jesús no me llama e invita por mi vida virtuosa, sino porque sabe que sin él mi vida no tiene sentido.

mercaba.org

1.16.2014

HOMILÍA DEL PAPA FRANCISCO 16 ENERO 2014

La homilía de Papa Francisco en Santa Marta: «¿Nos hemos avergonzado de aquellos escándalos, de aquellas derrotas de sacerdotes, de obispos, de laicos?»
Andrea Tornielli

«Pero, ¿nos avergonzamos? Muchos escándalos que no quiero mencionar singularmente, pero que todos conocemos...». Papa Francisco celebró la misa en la Capilla de la Casa Santa Marta y volvió a hablar sobre la corrupción en la iglesia. Los escándalos, explicó Bergoglio, suceden porque no hay una relación viva con Dios y con su Palabra. Así, los sacerdotes «corruptos», en lugar de dar el «pan de la vida», dan un «plato envenenado» al pueblo de Dios.
El Papa, como se lee en el resumen publicado por la Radio Vaticana, comentó la Lectura del día y el Salmo responsorial en el que se describe la derrota de los israelíes por parte de los filisteos. En aquella época, explicó Bergoglio, el pueblo de Dios había abandonado al Señor y se decía que la Palabra de Dios era «rara». Los israelíes, para combatir a los filisteos, usaban el arca de la alianza, pero como algo «mágico», «una cosa externa». Por ello fueron derrotados y el arca cayó en manos enemigas. Lo que falta, indicó Francisco, es la verdadera fe en Dios, en su presencia en la vida real.
«Este pasaje de la Escritura -dijo el Papa- nos hace pensar en nuestra relación con Dios, con la Palabra de Dios: ¿es una relación formal? ¿Es una relación lejana? ¿La Palabra de Dios entra en nuestro corazón, cambia nuestro corazón, tiene este poder o no?; es una relación formal, ¿todo bien? ¡Pero el corazón está cerrado a esa Palabra! Y nos lleva a pensar en muchas derrotas de la Iglesia, en muchas derrotas del pueblo de Dios simplemente porque no siente al Señor, no busca al Señor, ¡no se deja buscar por el Señor! Y luego, la tragedia y esta oración: “Pero, Señor, ¿qué sucedió? Nos convertiste en el desprecio de nuestros vecinos. En la burla de los que nos rodean. ¡Nos volviste la fábula de la gente!”».
 
Francisco hizo una referencia explícita a los escándalos de la Iglesia: «Pero, ¿nos avergonzamos? Muchos escándalos que no quiero mencionar singularmente, pero que todos conocemos… ¡Sabemos en dónde están! Algunos han hecho pagar mucho dinero: ¡está bien! Hay que hacer así… ¡La vergüenza de la Iglesia! Pero, ¿nos avergonzamos de estos escándalos, de aquellas derrotas de sacerdotes, de obispos, de laicos? La Palabra de Dios en esos escándalos era rara; ¡en esos hombres y en esas mujeres la Palabra de Dios era rara! ¡No tenían un vínculo con Dios! Tenían una posición en la Iglesia, una posición de poder y también de comodidad. ¡Pero no la Palabra de Dios! ¡No! “Pero, yo llevo una medalla”; “Yo tengo la cruz”… ¡Sí, tal y como estos llevaban el arca! ¡Sin la relación viva con Dios y con la Palabra de Dios! Me viene a la mente esa Palabra de Jesús para aquellos por los que vienen los escándalos… Y aquí el escándalo vino: toda una decadencia del pueblo de Dios, hasta la debilidad, hasta la corrupción de los sacerdotes».
 
Francisco concluyó su homilía con un pensamiento dirigido al pueblo de Dios: «¡Pobre gente! ¡Pobre gente! No damos de comer el pan de la vida; no damos de comer (en esos casos), la verdad. E incluso damos de comer un plato envenenado, ¡muchas veces! “¡Despiértate, por qué duermes, Señor!” ¡QUe sea esta nuestra oración. “¡Despiértate! No nos rechaces por siempre. ¿Por qué escondes tu rostro? ¿Por qué olvidas nuestra miseria y opresión?”. Pidamos al Señor no olvidar nunca la Palabra de Dios, que está viva, para que entre en nuestro corazón, ¡y no olvidar nunca al santo pueblo fiel a Dios, que nos pide un alimento fuerte!».
 

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